Por: Jorge A. Mejía
Zapopan, Jal. 21de octubre 2016
Las mutilaciones el pasado lunes en Tlaquepaque fueron una muestra de la brutalidad que a diario presenciamos en este país. En las calles, las opiniones fueron divididas, en tanto que en las redes sociales, la tendencia fue más clara. Un sin número de ciudadanos dieron el visto bueno a tal barbarie. Los medios de comunicación tradicionales, no se hicieron esperar; censuraron tales reacciones y, mientras el debate se desarrollaba en la ciudad. Las fotografías con los supuestos pillos mutilados, dieron la vuelta al mundo. En la misma semana, una periodista llamada Barbara Anderson, utilizó Twitter para denunciar el pésimo trato que recibió en el negocio de entretenimiento familiar llamado: Recórcholis, en la Ciudad de México. Al acudir, ella y su hijo Lucca al establecimiento, ubicado en el interior de una plaza comercial en la misma ciudad.
La periodista denunció, que en dicho negocio, se había encontrado con que el personal no tenía ni la capacitación, ni el criterio para atender a Lucca; su hijo con parálisis cerebral. Y que por tal motivo, no les fue posible acompañar a su hijo para que disfrutara de las instalaciones. De la misma forma que con los mutilados, las reacciones en las redes sociales no se hicieron esperar. Tras la publicación con su denuncia, se desató una serie de mensajes con alusiones denigratorias hacia la condición de Lucca. Muchas de las cuentas que mostraron tales reacciones, se habían activado de grupos con iguales números de seguidores y de tuits. Dichos grupos, se siguen mutuamente y dialogan con familiaridad aunque; cabe recalcar que muchas de estas cuentas fueron creadas en octubre de este año.
Ambos casos son diferentes, por un lado tenemos una expresión del hartazgo por parte de la sociedad y, por el otro, un grupo de usuarios de Twiter que iniciaron una campaña de 24 horas con amenazas, fotomontajes “memes” hacia el hijo de Babara. Los dos muestran que; desde el anonimato, las expresiones tienden a ser más viscerales. Y que en el mismo, las muestras de repudio toman tintes deshumanizados.
¿Pero acaso esto es una muestra de lo que somos ante el mundo?, no lo creo. Haré referencia a un estudio financiado por el Programa de Derechos Fundamentales y Ciudadanía de la Unión Europea, “Preventing, Redressing and Inhibiting hate speech in new Media,” en este se establece que desde el anonimato, la gente tiende a sentirse más cómoda expresando desprecio, lanzando ofensas o humillando y deshumanizando a otros, asumiendo que no serán descubiertos ni tendrán que lidiar con las consecuencias. En este mundo virtual, los usuarios pierden la conexión con la realidad y se genera una relación ilusoria. Así como los cibernautas no expresarían tal repudio en contra de un niño en la condición de Lucca en la vida real, tampoco se atreverían a enfrentar de manera directa a los delincuentes que fueron ajusticiados bajo la ley del talión por el crimen organizado.
Como ven, no es una cuestión nacional, es una condición humana. Lamentablemente, los cibernautas al igual que los sicarios que ajusticiaron a los pillos, continuaron con sus actividades después de causar el daño. Porque Lucca al igual que los pillos, no significa nada para ellos. La deshumanización no tiene que ver con la red, tiene que ver con un instinto que viene con nosotros. Pero no todo está perdido, así como no todos somos sicarios, en el anonimato, no todos tenemos esas tendencias. Lo que es un hecho es que tendremos que ser consientes de la responsabilidad que implica expresarse frente a un ordenador. Y esto no es bajo el precepto que pregonan los medios de comunicación convencionales tiene que ver con una congruencia cívica.
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