Por: Jorge A. Mejía
Zapopan, jal. 14 de Octubre 2016
A lo largo y ancho de América latina se
celebró el 12 de octubre con ambigüedad. Los gobiernos de la mayoría de los
países, optaron por conmemorar “el encuentro entre las razas.” Lejanos quedaron
los días en que a los escolares, se les exigía aprenderse de cajón, el nombre
de las tres carabelas y, ahora, se menciona pero no se enfatiza en las
atrocidades cometidas por los conquistadores. A mi parecer, esto es un arma de
doble filo. Por un lado, es un síntoma de sanación en cuanto al origen de
nuestros pueblos y, por el otro, un reproche histórico. A 524 años de que un
marino llamado Rodrigo de Triana,
despertara con un grito a los tripulantes de una carabela, frente a las costas
de la isla de Guanahani, (en las actuales Bahamas.) El español se ha convertido
en una lengua de más de 500 millones de personas. (Cabe mencionar que la
segunda ciudad con más hispano parlantes
en el mundo; ni siquiera está en un país latino.) La lengua nacida en un señorío de Castilla,
hacia el siglo VIII de nuestra era; es ahora la segunda más hablada después del
mandarín y su crecimiento parece no tener límites.
Con el español, también crece la América
mestiza y, aunque difusa, tiene la obligación de exigir su lugar histórico. Descendiente
de civilizaciones ancestrales, el latinoamericano reniega de ser fruto de una
conquista fraguada cinco siglos atrás. Conocedor del ultraje que toma tintes
amargos, cuando se visualiza del lado de los conquistados. Existen los que reniegan
y guardan su distancia con su antepasado europeo, pero también, los que añoran
un sentido de pertenencia en el viejo mundo. Las diferencias entre los países
no varía mucho y, estos contrastes, se pueden ver en las obras literarias
de nuestras grandes plumas. En ellas, el
mestizaje muestra su rostro duro, desde Rulfo: que nos lleva de la mano al inframundo
en busca de Pedro Paramo, diferenciándose de los indios vendedores de hiervas; pasando por el macondo de García Márquez, que
deja en claro quiénes son los yankis y se diferencia del pretendiente italiano
Pietro Crespo; hasta la universalidad de
la obra de Borges; sus bibliotecas, laberintos y gauchos.
En el caso de mexicano, el maestro Octavio Paz, sostuvo —en
El laberinto de la Soledad— que el
mexicano niega sus orígenes porque: por un lado, no quiere ser indio, pero
tampoco español. Sostenía que el mexicano no se afirma como mestizo sino como
una abstracción. Un simple hombre que se vuelve hijo de la nada. ¿Somos pues un
pueblo a la deriva? No lo creo, tendré que mencionar que el maestro Paz; enfocó su análisis en la parte central
del país, en donde el imperio Azteca, sucumbió más por la viruela que por los
españoles. Erróneamente nos vendieron la idea de que el imperio cayo de manera
fácil y, eso nos hizo derrotistas, sin saber que la realidad fue otra. Se dice
que nos identificamos con el fracaso, cuando el caudillismo es una herencia
árabe traída por los conquistadores.
A lo largo de la historia de la América
mestiza, se han tenido cerebros del calibre de Pancho Villa quien invadió
Ciudad Juárez con una hazaña comparable a la ocurrida en antigua Troya; qué
decir del liberación de la colombiana Ingrid Betancourt y el rescate de los
mineros chilenos que entre porras de “Chi-chi-chi, le-le-le” emergieron de las mismas
entrañas de la tierra. Tristemente también existen nuestros contrastes,
nuestras matanzas, nuestros desaparecidos y nuestras dictaduras. Perecieran
lejanos los días en que individuos enfermos de poder, enloquecieran e hicieran
actos descabellados como el general Antonio López de Santa Ana: quién tras
perder una pierna en la guerra de los pasteles, la enterró con honores de
estado. No se puede decir que hemos cambiado mucho cuando en la actualidad el
presidente de Venezuela, Nicolás Maduro; dijo que su antecesor Hugo Chaves, se
le apareció y le hablo en forma de pajarito. Es la tierra donde los dictadores
se han velado en tronos presidenciales,
donde algún guerrillero comunista fungió como ministro de economía y
donde por los vacios de poder han surgido los más sofisticados líderes del
narcotráfico.
Latinoamérica es una tierra que se
reconfigura tras la decepción de las democracias. Pero no todo está perdido, tenemos
casos como el brasileño que retiró a la presidenta en turno por casos de
corrupción, o el guatemalteco, que no
solo retiró al presidente en funciones, sino que está por iniciar un proceso
por genocidio que parece no tener marcha atrás. Nuestras sociedades aunque
sumidas en la pobreza, parecen madurar más pronto que sus gobernantes. De ahí
la perplejidad de tipos como Enrique Peña Nieto; quien no quiere comprender nuestra indignación por sus
conflictos de interés. Políticos como él, consideran que sus prácticas de
corrupción son un derecho adquirido por ser quienes son. No escatimaran en
hacer uso de la fuerza para lograr sus cometidos. Los latinoamericanos comunes,
resistimos entre las oligarquías que muerden por perpetuarse en el poder y, un
crimen organizado, magnificado por los medios de comunicación. Nos desplazamos
en nuestras soledades, acompañados por los fantasmas de siempre, pero con la
certeza de demostrar que a pesar de las
adversidades, somos un pueblo que va para adelante.
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